sábado, 11 de julio de 2009

Cuando Laureano Gómez se salvó en La Merced

Hemos encontrado una simpática columna del periodista Daniel Coronell en la revista Semana. Allí se cuenta cómo un tanque de guerra recogió el 9 de abril de 1948 al entonces ministro de Relaciones Exteriores, Laureano Gómez, presidente dos años después.
El jovencito que hizo historia
Por Daniel Coronell
Sábado 17 Junio 2006
La semana pasada, el joven Gilberto Arango Londoño, en la plenitud de sus 80 años, se despidió de la vida en los brazos de su amada esposa Margarita

Tenía 22 años cuando la historia tocó a su puerta. O mejor dicho, a la puerta de su tío, en el barrio La Merced de Bogotá. Gilberto Arango Londoño había llegado de Manizales para estudiar derecho en la Universidad Nacional y no sabía que ese viernes caería sobre su espalda el peso de una misión suicida.

El hombre, que pedía refugio y un teléfono, era el ministro de Relaciones Exteriores Laureano Gómez. Ese 9 de abril estaban pasando muchas cosas en Bogotá. El líder liberal Jorge Eliécer Gaitán había sido vilmente asesinado. Una protesta violenta y anárquica extendía el luto y el fuego por las calles. Y para completar el escenario, estaban en la ciudad todos los cancilleres de América, empezando por el general George Marshall de Estados Unidos. Ellos habían venido para participar en la Conferencia Panamericana.

Gómez necesitaba con desesperación hablar con el Presidente, disponer la protección de las delegaciones internacionales y evitar ser identificado porque en ese momento era el blanco más ansiado por mucha gente. Algunas emisoras anunciaban que su cabeza ya colgaba de un farol en la Plaza de Bolívar.

—Jovencito, por favor comuníqueme con Palacio -pidió el ministro mientras oía la noticia de su propia muerte.

No fue fácil. Casi una hora después, el jovencito logró la comunicación. El presidente Ospina le ordenó a su canciller ir al Ministerio de Guerra y ponerse en contacto con la cúpula militar. Pero todos sabían que si Laureano Gómez pisaba la calle, no iba a llegar muy lejos.

Fue entonces cuando ese jovencito probó su valor. Salió de la casa, caminó por la ciudad en llamas, esquivó disparos de francotiradores, saltó sobre moribundos y cadáveres, vio consumirse en cenizas los tranvías, presenció los saqueos y, finalmente, llegó a una guarnición militar.

Allí pidió, como quien pide un taxi, que le prestaran un tanque de guerra para ir por un alto funcionario. El sargento Serna, que manejaba el carro de combate, recordaría por años a sus dos pasajeros. Al valiente muchacho que lo guió de ida, y a Laureano Gómez, a quien transportó de vuelta y que le regaló su abrigo, no tanto como recompensa sino porque no cabía por la escotilla con el sobretodo puesto.

El jovencito se graduó de abogado y fue a estudiar economía en Estados Unidos.

Para seguir leyendo.
Esto demuestra que nuestro barrio en Bogotá, está lleno de historia, lleno de relatos fantásticos que no salen de la ficción sino de una vida pródiga en recuerdos.

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